El cerro de Chapultepec fue un espacio sagrado desde tiempos prehispánicos; albergó manantiales y bosques que abastecieron de agua a Tenochtitlán mediante acueductos, y fue sitio de recreo de gobernantes mexicas. Tras la Conquista siguió siendo paraje de descanso de las élites novohispanas. Ya en el siglo XVIII, el virrey Bernardo de Gálvez ordenó construir en la cima un “palacio de verano”: las obras comenzaron en 1785 y quedaron a cargo primero del ingeniero Francisco Bambitelli y luego de Manuel Agustín Mascaró, aunque el proyecto se interrumpió y hasta se intentó subastar el inmueble sin éxito.
En el siglo XIX el edificio cambió de vocación varias veces. En 1833 se instaló ahí el Colegio Militar; durante la invasión estadounidense de 1847 fue escenario de la Batalla de Chapultepec y del episodio de los “Niños Héroes”, hoy central en la memoria histórica mexicana. Durante el Segundo Imperio Mexicano, Maximiliano de Habsburgo y Carlota lo transformaron en una auténtica residencia cortesana, llamado el “Castillo de Miravalle”— con jardines de azotea, invernaderos y salones redecorados por reconocidos arquitectos y paisajistas de la época.
El inmueble tuvo nuevos usos, de 1878 a 1883 alojó el Observatorio Astronómico, Meteorológico y Magnético Nacional; la “torre del observatorio” aún es un hito del perfil del castillo. Bajo Porfirio Díaz el edificio se modernizó con electricidad, elevador y nuevos servicios, el 6 de agosto de 1896 fue sede de la primera proyección de cine en México: una función privada del cinematógrafo Lumière para el presidente y su gabinete en uno de los salones del castillo.
Tras la Revolución, la residencia presidencial se utilizó un tiempo más, hasta que el presidente Lázaro Cárdenas decidió darle un fin público. Por decreto de febrero de 1939, el Castillo de Chapultepec quedó destinado a albergar el Museo Nacional de Historia. El recinto abrió gradualmente al público y se inauguró formalmente como museo el 27 de septiembre de 1944. Hoy resguarda colecciones y ambientaciones que narran la historia de México desde el virreinato hasta el siglo XX —incluidas las salas del Alcázar con recreaciones de las estancias imperiales y porfirianas—, además de murales y exposiciones temporales.
Recordemos algunas curiosidades. El proyecto original en 1785, fue concebido como “casa de descanso” del virrey; tras suspenderse la obra, la Corona intentó rematar el cascarón… pero nadie lo quiso. La ironía: hoy es uno de los museos más visitados del país. La primera vez del cine en México ocurrió aquí: 6 de agosto de 1896, como una función privada en el Castillo, días después vinieron las primeras funciones públicas en la ciudad. La etapa del Observatorio en Chapultepec marcó el arranque institucional de la astronomía moderna en México; después, los instrumentos se trasladaron a Tacubaya.
El decreto de 1939 que lo convierte en museo forma parte del mismo impulso cardenista que creó el INAH ese año. La apertura solemne del Museo Nacional de Historia fue el 27 de septiembre de 1944.
El Castillo de San Felipe de Bacalar, levantado entre 1725 y 1733 a la orilla de la Laguna de los Siete Colores, nació para frenar los constantes asaltos de piratas ingleses, franceses y neerlandeses sobre la villa y las rutas lacustres mayas que conectaban con la costa caribeña; su traza bastionada de estrella baja, con cuatro baluartes, foso perimetral y acceso por puente levadizo, respondía a la ingeniería militar de la época y permitió dominar la entrada a la laguna y el hoy llamado Canal de los Piratas, protegiendo el comercio del palo de tinte y las maderas preciosas. Desde sus parapetos se cruzaban fuegos hacia los pasos naturales, y en su interior se organizaron cuarteles, polvorines y estancias para una guarnición que fue referencia militar de la frontera oriental novohispana. En el convulso siglo XIX el fuerte volvió a cobrar protagonismo: durante la Guerra de Castas, el 21 de febrero de 1858, los mayas tomaron Bacalar y el castillo, que se convirtió por años en bastión insurgente hasta que el control liberal se restableció ya entrado el siglo XX. Perdida su función defensiva, el inmueble pasó por etapas de abandono hasta que fue restaurado y abierto como museo, donde hoy se narran la piratería regional, la vida colonial y el conflicto social de la península, mientras los visitantes recorren el foso seco, suben a los baluartes con cañones y disfrutan de vistas panorámicas sobre la laguna. Es, en suma, una fortaleza de piedra y memoria: emblema de Bacalar y testigo de cómo el Caribe, el contrabando y la resistencia maya fueron dando forma a la historia de esta orilla.
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En el siglo XIX el edificio cambió de vocación varias veces. En 1833 se instaló ahí el Colegio Militar; durante la invasión estadounidense de 1847 fue escenario de la Batalla de Chapultepec y del episodio de los “Niños Héroes”, hoy central en la memoria histórica mexicana. Durante el Segundo Imperio Mexicano, Maximiliano de Habsburgo y Carlota lo transformaron en una auténtica residencia cortesana, llamado el “Castillo de Miravalle”— con jardines de azotea, invernaderos y salones redecorados por reconocidos arquitectos y paisajistas de la época.
El inmueble tuvo nuevos usos, de 1878 a 1883 alojó el Observatorio Astronómico, Meteorológico y Magnético Nacional; la “torre del observatorio” aún es un hito del perfil del castillo. Bajo Porfirio Díaz el edificio se modernizó con electricidad, elevador y nuevos servicios, el 6 de agosto de 1896 fue sede de la primera proyección de cine en México: una función privada del cinematógrafo Lumière para el presidente y su gabinete en uno de los salones del castillo.
Tras la Revolución, la residencia presidencial se utilizó un tiempo más, hasta que el presidente Lázaro Cárdenas decidió darle un fin público. Por decreto de febrero de 1939, el Castillo de Chapultepec quedó destinado a albergar el Museo Nacional de Historia. El recinto abrió gradualmente al público y se inauguró formalmente como museo el 27 de septiembre de 1944. Hoy resguarda colecciones y ambientaciones que narran la historia de México desde el virreinato hasta el siglo XX —incluidas las salas del Alcázar con recreaciones de las estancias imperiales y porfirianas—, además de murales y exposiciones temporales.
Recordemos algunas curiosidades. El proyecto original en 1785, fue concebido como “casa de descanso” del virrey; tras suspenderse la obra, la Corona intentó rematar el cascarón… pero nadie lo quiso. La ironía: hoy es uno de los museos más visitados del país. La primera vez del cine en México ocurrió aquí: 6 de agosto de 1896, como una función privada en el Castillo, días después vinieron las primeras funciones públicas en la ciudad. La etapa del Observatorio en Chapultepec marcó el arranque institucional de la astronomía moderna en México; después, los instrumentos se trasladaron a Tacubaya.
El decreto de 1939 que lo convierte en museo forma parte del mismo impulso cardenista que creó el INAH ese año. La apertura solemne del Museo Nacional de Historia fue el 27 de septiembre de 1944.
El Castillo de San Felipe de Bacalar, levantado entre 1725 y 1733 a la orilla de la Laguna de los Siete Colores, nació para frenar los constantes asaltos de piratas ingleses, franceses y neerlandeses sobre la villa y las rutas lacustres mayas que conectaban con la costa caribeña; su traza bastionada de estrella baja, con cuatro baluartes, foso perimetral y acceso por puente levadizo, respondía a la ingeniería militar de la época y permitió dominar la entrada a la laguna y el hoy llamado Canal de los Piratas, protegiendo el comercio del palo de tinte y las maderas preciosas. Desde sus parapetos se cruzaban fuegos hacia los pasos naturales, y en su interior se organizaron cuarteles, polvorines y estancias para una guarnición que fue referencia militar de la frontera oriental novohispana. En el convulso siglo XIX el fuerte volvió a cobrar protagonismo: durante la Guerra de Castas, el 21 de febrero de 1858, los mayas tomaron Bacalar y el castillo, que se convirtió por años en bastión insurgente hasta que el control liberal se restableció ya entrado el siglo XX. Perdida su función defensiva, el inmueble pasó por etapas de abandono hasta que fue restaurado y abierto como museo, donde hoy se narran la piratería regional, la vida colonial y el conflicto social de la península, mientras los visitantes recorren el foso seco, suben a los baluartes con cañones y disfrutan de vistas panorámicas sobre la laguna. Es, en suma, una fortaleza de piedra y memoria: emblema de Bacalar y testigo de cómo el Caribe, el contrabando y la resistencia maya fueron dando forma a la historia de esta orilla.
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